Cómo manejar las crisis de autismo

Algunas personas con autismo experimentan “crisis” emocionales y físicas en respuesta a sentirse abrumadas por la estimulación sensorial o mental.
Durante una crisis, una persona puede gritar, llorar y volverse físicamente agresiva consigo misma o con quienes la rodean.
Las crisis autistas son más comunes en niños y personas más jóvenes con autismo.
Sin embargo, los expertos señalan que “el estado de pánico y ansiedad aguda que impulsa el comportamiento de colapso aún puede causar profundas dificultades para los adultos”.

Para abordar las crisis, los padres y cuidadores deben comprender sus causas fundamentales, en qué se diferencian de las rabietas y cómo actuar en el momento para ayudar a su hijo.
Los padres deben preparar a sus hijos para entornos y demandas desconocidas lo mejor que puedan.
Esto implica trabajar juntos para crear planes y estrategias de comportamiento únicos.
Tener un plan puede ayudar a los padres a calmar al niño en caso de que se sientan abrumados, y darle al niño y a otros seres queridos formas de adaptarse y sobrellevar el momento.

Berrinches vs. Crisis

Es importante distinguir entre las rabietas y las crisis de autismo.
Las rabietas pueden verse como arrebatos relacionados con la falta de control emocional por parte de los niños.
Las rabietas suelen ser estratégicas.
Los niños que hacen berrinches pueden hacerlo porque saben que obtendrá una reacción o un resultado percibido.
Por ejemplo, un niño puede hacer un berrinche porque su padre se niega a comprarle helado, con la esperanza de que el padre ceda y le consiga lo que quiere.
Este no es el caso de las crisis.

Las crisis son comparables a los ataques de pánico.
No están calculados, y el individuo que experimenta una crisis no puede controlar su comportamiento en el momento.
Por lo general, ocurren porque una persona con autismo está asustada, sorprendida o abrumada por su situación o entorno.
Según los investigadores, las crisis son “más intensas, prolongadas y potencialmente peligrosas física y emocionalmente tanto para el niño como para los padres” en comparación con las rabietas.
Para los padres, es perturbador y agotador presenciar a su hijo en apuros y puede ser frustrante y vergonzoso si ocurre en público.
Aunque los padres pueden sentirse molestos y excitables, y tratar de controlar la situación de inmediato, las crisis requieren un enfoque único.
 

Sobrecarga sensorial o cognitiva

En su obra “From Anxiety to Meltdown”, la autora Deborah Lipsky, M. Ed., identifica las causas de las crisis como “sobrecarga sensorial o cognitiva” debido a “situaciones novedosas o cambios repentinos”. Estos pueden incluir demandas inesperadas, cambios en la rutina, lugares ruidosos o visualmente excitables, o sorpresas, incluso aquellas destinadas a ser positivas. Dado que es imposible evitar el cambio, es mejor centrarse en preparar a las personas con autismo para estas nuevas situaciones. Los padres también deben ser capaces de reconocer los signos de una crisis y saber cómo comportarse en el momento para ayudar a sus hijos a sentirse seguros y protegidos.

Las crisis del autismo pueden estar precedidas por comportamientos repetitivos, una interrupción abrupta de la comunicación o una incapacidad repentina para concentrarse.
Si estos ocurren, es recomendable minimizar las fuentes de estimulación en el ambiente, como ruidos o luces, y distraer al individuo con una actividad calmante favorita.
Sin embargo, cuando ha comenzado una crisis, es aún más importante alejar al individuo de la fuente de sobreestimulación.
Esto puede implicar la eliminación de estímulos físicos o la eliminación de otras formas de presión, como las demandas sociales.
 

Regañar y controlar no funcionará

Los intentos de controlar el comportamiento, o de restringir al individuo físicamente, generalmente no son las respuestas correctas.
Incluso en situaciones de comportamiento autolesivo, los expertos recomiendan colocar barreras físicas, como almohadas, para evitar daños en lugar de intentar sujetar al individuo.
La redirección física ligera puede ser necesaria en casos extremos en los que es probable que el individuo se haga daño a sí mismo.
Sin embargo, este enfoque puede empeorar fácilmente la situación y poner en riesgo a los cuidadores, por lo que debe utilizarse como último recurso.

En lugar de tratar de contener o regañar, los padres deben mantener la calma mientras se dirigen al niño por su nombre, reconocer su miedo e indicar su apoyo y seguridad, diciendo algo como “está bien” [name]hasta que comiencen a calmarse.
Lo peor que uno puede hacer es agitarse, levantar la voz y responder a la sobreestimulación de una persona con un comportamiento más estimulante.
No trates de explicar, hacer preguntas, sermonear o avergonzarte, ya que estos comportamientos pueden abrumar aún más a la persona que experimenta la crisis.
En su lugar, se deben fomentar las rutinas seguras que una persona puede usar para calmarse, como el ritmo de paseo.
Trate de ofrecer una seguridad breve, firme y reconfortante para calmar y apoyar a la persona que está teniendo la crisis.
Es aconsejable permanecer con la persona que tiene la crisis hasta que se haya calmado.
 

El tiempo, la distancia y el reconocimiento de los desencadenantes de la crisis

Con algo de tiempo y distancia, es mejor crear un plan que haga que el niño se sienta más cómodo en el futuro.
Esto comienza con la identificación de lo que desencadena estas crisis y qué respuestas las minimizan y ayudan al individuo a sobrellevarlas.
Las estrategias pueden implicar repensar la forma en que uno se comunica con el niño, tal vez evitando preguntas abiertas o ciertos tonos de voz.
Saber cuándo sacar al niño de una situación incómoda, o cómo eliminar los estímulos desencadenantes del entorno, también puede ser útil.
Trate de idear rutinas que le reconforten durante situaciones nuevas o difíciles, como tener un juego favorito para jugar.
Finalmente, es crucial desarrollar un plan detallado para ayudar durante una crisis utilizando estrategias que la persona con autismo encuentre útiles.
Estos son específicos del individuo, por lo que escucharlos, monitorear sus reacciones y anotar lo que funciona en el momento es clave.
 

Conclusión

Si bien es posible que algunos niños con autismo no experimenten crisis una vez que crezcan, las crisis de autismo pueden seguir siendo parte de la vida para algunos.
En tales casos, las crisis aún pueden reducirse en frecuencia y gravedad.
Los padres, amigos y seres queridos pueden aprender a adaptar sus respuestas a estas situaciones.
Reconocer las situaciones y estímulos desencadenantes, saber cómo adaptarse y escuchar, y comprender cómo intervenir y consolar a la persona con autismo es de gran ayuda.
Con estas herramientas, las crisis se pueden manejar para que las personas con autismo se sientan seguras y apoyadas, y las familias y los seres queridos puedan tener la confianza que proporciona un plan detallado para una intervención saludable.